sábado, 17 de enero de 2009

Recuerdos de un desconocido I

No le conozco.
No sé cuál es su aspecto físico.
Ni siquiera sé lo que opina de mí.
No sé lo que hace cuando apago el ordenador.
No sé su edad.
No sé dónde encontrarle.
Solamente sé su nombre, el real y el de guerra.

A pesar de todo, a menudo suelo imaginarle acercándose despacio a mi, por la espalda y en silencio, hasta quedarse pegado a mi piel y sentir un escalofrío cuando aspira el olor de mi pelo y susurra cuánto me desea.
Yo me dejo caer un poco hacia atrás hasta que mi espalda reposa sobre su pecho y apoyo la cabeza acomodada entre su hombro y su cuello, esperando que el tiempo se pare cuando me bese. Sus brazos ya aprisionan mi cintura y yo me siento completamente segura.
A un cálido beso en la frente siempre le sigue un leve movimiento que balancea mi cabeza hacia el lado contrario, arañándome ligeramente la cara con la barba que le ha dado tiempo a crecer en estos tres días. Sus labios caminan desde mi mejilla hasta mi cuello, yo levanto los brazos rodeando su cuello y él comienza a arrastrar su manos por debajo de mi camiseta hasta alcanzar mis pechos. La respiración comienza a agitarse escandalosamente. Balbuceo algo incomprensible hasta para mí, lo único que quiero es que me desnude y me haga ver las estrellas. Como si me hubiera entendido me quita la camiseta y la deja caer al suelo con desprecio, me gira hacia él y continúa besándome cada vez más deprisa, cada vez con más intensidad, cada vez con más ganas...
Como poseída, agarro las trabillas de su pantalón y le conduzco hasta quedar apoyada en la pared, quiero que me vuelva a hacer prisionera de sus brazos. Mueve sus manos con celeridad por toda mi anatomía hasta el punto de no ser capaz de adivinar dónde están en cada momento y el calor se apodera de ambos.
Meto mis manos en su camiseta levantándola despacio y acariándole el pecho con las uñas, se la quito y la tiro al suelo con el mismo desprecio que el ha tirado la mía. Un último beso antes de conducir mi lengua por su pecho. Se estremece. Bajo las manos y comienzo a desabrochar su cinturón.

- ¿Ya? - me pregunta con la sonrisa pícara que le caracteriza

Niego con la cabeza mientras le empujo hacia el sofá sentándome sobre él. Ahora mando yo.

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